Mapa emocional venezolano




Yorelis Acosta, psicóloga venezolana investigó, junto a sus alumnos y otros profesionales, las emociones que viven los venezolanos, derivadas de la actual crisis económica, política y social de nuestro país. El siguiente es el enlace donde ubicarlo:


Su trabajo tuvo como objetivo “identificar las emociones que predominan en un grupo de venezolanos y analizar sus repercusiones psicosociales”. Sus hallazgos muestran diferencias según las regiones, posición política, credo religioso, presencia o ausencia de tejido social o red de apoyo. Su trabajo es un valioso referente, por su contextualización. Además, tiene la virtud de medir estas emociones en dos tiempos que, aunque continuos, están demarcados por un evento político importante: las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2015. A un año de éstas, cabe preguntarse cuál seria el nuevo mapa emocional venezolano
Como sabemos, en nuestro país se ha producido en los últimos años un marcado oleaje emigratorio. Muchos compatriotas han tomado la decisión de marcharse, siendo la razón básica la búsqueda de contextos más seguros y estables, donde puedan tener mejores condiciones de vida.
La mayoría de las investigaciones usan cuatro criterios para diferenciar las emociones primarias de las secundarias. Las primeras deben: a) ser evidentes en todas las culturas; b) contribuir a la supervivencia; c) estar asociadas a una expresión facial distinta; d) ser evidentes en primates no humanos.
Las secundarias son aquellas que solo se encuentran en algunas culturas; son muchas más que las primarias, pero tampoco existe consenso de cuáles o cuántas son. Para el presente ejercicio académico hemos tomado la clasificación propuesta por Plutchik (1980), de ocho emociones básicas: temor, sorpresa, tristeza, repugnancia, enojo, expectativa, alegría y aceptación-resignación.
Cada una de estas emociones nos ayuda a ajustarnos a las demandas de nuestro entorno de manera diferente.
Acosta (2012) estudia la salud mental e identifica los factores que más afectan a los venezolanos. Los resultados apuntan a demostrar una relación entre factores sociales negativos y los aspectos psicológicos y físicos que deterioran el estado de ánimo, la calidad de vida y el bienestar general.
Fátima Dos Santos (2014) identifica las emociones que experimentan los caraqueños ante los problemas económicos que los afectan, estas son: impotencia, tristeza, ansiedad, rabia, desánimo y miedo, de acuerdo con lo expresado por los participantes del estudio.
CUADRO Nº 1. RESPUESTAS EXPRESADAS EN PORCENTAJES POR ESTADOS, ASÍ COMO EL NÚMERO TOTAL DE RESPUESTAS OBTENIDAS POR REGIÓN. 

Emoción y porcentajes % Nº total de respuestas 

Anzoátegui Rabia 35,7%, Expectativa 19,2% 182 
Amazonas  Expectativa 20%, Miedo 16% 100 
Carabobo   Tristeza 37,2 %, Expectativa 21,6% 102 
Caracas      Esperanza 21,5%, Tristeza 17,21% 947 
Cojedes      Miedo 23%, Rabia 18% 100 
Lara            Esperanza 35,8%, Tristeza 29,4% 293 
Nva. Esp.    Miedo 30%, Tristeza 16,6% 60 
Port.            Aceptación 38,4%, Rabia 21,9% 260 
Sucre          Esperanza 29,2%, Alegría 29,1% 53 
Yaracuy      Expectativa 23%, Esperanza 21,6% 139 
Zulia           Tristeza 39,6%, Rabia 25,5% 298

Hablemos por ahora de la crisis nacional, dejando de lado momentáneamente el éxodo tan importante que también está ocurriendo.
Si usamos la pirámide de Maslow notaremos que la actual crisis que vive nuestro país, nos coloca en la base de dicha pirámide: las necesidades básicas para la supervivencia no están siendo satisfechas; es más, se ven amenazadas, y por ello experimenta el venezolano las intensas emociones que Acosta y colaboradores han encontrado.
Como sabemos, existen dificultades para proveerse de alimentos, medicamentos, un importante índice de criminalidad que genera inseguridad, alta inflación lo cual afecta la capacidad adquisitiva de alimentos, medicamentos, productos y servicios, con el agravante de que muchas veces estos no se encuentran, se tenga o no el dinero para adquirirlos.


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Si recordamos las propuestas acerca del estrés y su afrontamiento, de Lazarus, entendemos que nuestra población, desde hace unos años, ha estado sometida a un intenso estrés por las dificultades en áreas básicas, que de no ser cubiertas, amenazan la salud en un sentido integral, y con ello la supervivencia.
Insistimos: se trata de alimentación, salud, seguridad personal, estabilidad sociopolítica, empleo: si estas variables no están satisfechas, la vida misma resulta amenazada.


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Ante la cronicidad de esta situación, las respuestas adaptativas del venezolano se agotan, debilitando su sistema inmunológico y dejándonos expuestos a enfermedades. También existe un fuerte impacto sobre los núcleos familiares, debido a la alta carga de estrés que sus miembros experimentan, causando malestares, conflictos, discordias, debido a la carencia o insuficiencia en áreas como las ya citadas.
Sin duda, todo lo ya mencionado impacta en las relaciones y en las individualidades. Afecta las relaciones entre padres e hijos, entre esposos y familiares.


Si a este, ya dantesco panorama, le sumamos la polarización política en la que estamos sumergidos desde hace más de quince años, el pronóstico es terriblemente negativo, pues sabemos que políticamente hablando el país luce dividido en dos grandes bloques, gobierno y oposición; lo cual no niega la existencia de un sector llamado ni ni, o independientes.
Esta radicalización impacta negativamente sobre el clima familiar, sumando un nuevo factor estresante. Especialmente, porque aunque ambos bloques aceptan que existen enormes dificultades, sus explicaciones son diametralmente opuestas, colocando en el otro bando las responsabilidades. Así, según el gobierno lo que ocurre es producto de una guerra económica lanzada por la oposición; Y según la oposición, todo esto sucede por errores en las políticas económicas del gobierno.
Traslademos este panorama a los contextos familiares y comunitarios y tendremos que las redes de apoyo pueden verse fragmentadas o rotas, debido a estas confrontaciones.
Toda esta crisis frecuentemente genera una difícil decisión: marcharse del país, buscando nuevas posibilidades, persiguiendo condiciones de vida mínimas que por lo menos no la amenace, es decir: alimentación, salud, seguridad, estabilidad política, que acá hemos perdido.
Evidentemente, esta emigración producirá en la persona que se marcha el llamado el duelo migratorio también conocido como síndrome de Ulises y, lógicamente, este duelo se extiende a sus familiares y amistades, por lo tanto no solamente lo sufre quien se marcha, si no quienes se quedan.













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