El bienestar de una pareja

 

 
En el bienestar de una pareja existen tres factores principales que entrarán en juego, lo cual no niega la presencia e influencia de otros:

1. La capacidad de comunicarse adecuadamente
2. La gestión de las emociones
3. La capacidad de negociar y respetar acuerdos

Sin esas tres herramientas todo problema, por minúsculo que sea, empeorará. Cuando los tres factores mencionados están bien desarrollados, no significa que la pareja no afrontará dificultades, pero el buen uso de los mismos permitirá resolver o disminuir el impacto de las dificultades dentro de la relación de pareja. Los tres elementos citados son parte de ese concepto bastante amplio que se llama Madurez, y que muchas veces confundimos con la edad, con las canas o con la formalidad de alguien.

¿Qué es madurez emocional?

La madurez emocional se trata de un conjunto de habilidades y capacidades relacionadas con la comunicación, la gerencia de las emociones, las relaciones interpersonales y una sensación racional de control de la existencia propia. Todo ello es aprendido, por lo cual es susceptible de reaprendizaje y desaprendizaje. Esto último lo escribo para cerrarle las puertas al clásico “yo soy así”.
Las personas maduras emocionalmente son asertivas en sus comunicaciones. No incurren en agresividad, pasividad, ni en una combinación de éstas, puesto que no temen la desaprobación de otros (aunque tampoco tratan de provocarla). Pueden estar en paz, aunque no cuenten con la aprobación de otras personas; pues quizá la deseen, pero no la necesitan para su estabilidad emocional. No evitan el conflicto por exponer sus ideas y las defienden con argumentos válidos. No manipulan las emociones de los demás para lograr sus propósitos, ni permiten ser manipulados. Son personas altamente asertivas. Saben decir “si” o “no” cuando es preciso, sin sentirse culpables. Consideran simultáneamente sus deberes y derechos y los de otras personas, y en sus decisiones y acciones existe un balance entre unos y otros.
Su manera de relacionarse con otras personas evita los extremos de la dependencia emocional y la extrema independencia, desapego o aislamiento. Existe una cercanía razonable, o interdependencia, que no pone en riesgo el necesario espacio personal, y que no les aleja de otros.
Son capaces de establecer relaciones causales (no casuales) entre lo que piensan, sienten y hacen, o dejan de hacer, y los resultados de sus acciones u omisiones. Asumen la responsabilidad que les corresponde, ni más ni menos. De ser necesario se disculpan con honestidad, perdonan, piden perdón y se perdonan. Aprenden de las experiencias y no culpan al resto del mundo de sus situaciones. Procuran no repetir aquellas actuaciones que no les producen adecuados resultados o que han perjudicado a terceros o a sí mismos.
No colocan en otros la responsabilidad de sus emociones. Saben administrar las mismas, es decir, son emocionalmente inteligentes. Saben reconocerlas en sí mismas y en otras personas. Pueden saber cuáles son las causas de éstas y cuáles son los pensamientos y conductas asociadas. Reconocen cómo responde su cuerpo ante sus emociones. Pueden informar a otras personas sobre su estado anímico, si fuese necesario, y evitan “descargar” en otros sus frustraciones, molestias o rabias.
No son personas dadas a evadir sus responsabilidades ni tampoco cargan con las que no les corresponde, por lo cual no llenan su “saco” de “piedras” que no les toca llevar.
No juegan a ser víctimas, perseguidores ni salvadores de otras personas. Disponen de un adecuado locus (o lugar) de control, por lo cual saben atribuir adecuadamente las causas de los acontecimientos. Pueden discriminar su responsabilidad en lo sucedido y delimitar hasta donde llega su capacidad de control y anticipación de los hechos.
Su ego es sano, por lo cual disfrutan con orgullo legítimo de sus logros, sin incurrir en vanagloria, falsas modestias, ni en una permanente “publicidad” de los mismos. Reciben con agrado y gratitud los elogios, pero mantienen una actitud de honesta humildad.

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