Asumir la responsabilidad del cambio
Cuando era niño, a Luis le decían que era perezoso. Esas palabras le hacían sentir mal. Era frecuente que le dijeran "barco varado no gana flete", "dormir sólo produce legañas", "eres más flojo que un mojón de atole". Luis terminó formándose una imagen de si mismo caracterizada por la pereza; aunque ese comportamiento le hacía sentir frustrado y decepcionado de si mismo. Pero era "cómo si" tuviese que cumplir con el papel que le habían asignado a través de esos miles de mensajes sobre "su pereza".
María creció oyendo decir que era muy inteligente. Constantemente se le decía que le esperaba un futuro brillante y que esa inteligencia le haría llegar muy lejos. María se sentía muy bien con esas frases. Hoy es una persona feliz y una profesional exitosa. Siente mucha fe en sus capacidades y disfruta de sus logros, ayudando a quienes puede.
A José le decían que era un inútil, lo cual le destrozaba por dentro. Ya es un adulto y realmente ha logrado muchas cosas; pero, a pesar de todo, no logra sentirse en paz con sus victorias. Una pesada sensación de no merecer lo que consigue le persigue. Se siente un impostor, pues sus logros no son compatibles con lo que cree y siente que merece, que es nada prácticamente.
En los tres casos anteriores está presente la Heteroestima (como discurso respecto a las capacidades y dignidad de un niño, proveniente de terceras personas) y la Autoestima (ese mismo discurso interiorizado en conceptos, imágenes y sentimientos de ese niño respecto a si mismo).
A Luis lo define "su pereza", A María la inteligencia y a José la incongruencia entre "su inutilidad" y los éxitos materiales que ha logrado. La confianza en si mismos y la sensación de merecer estar bien ha sido impactada bien o mal por esos discursos tempranos que recibieron de sus cuidadores. Es probable que no tengan una alta conciencia de ello, pero así es.
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