¿Quiere malcriar a su hijo?



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La evolución de la sociedad y de la forma de educación es vertiginosamente rápida. En menos de cien años se ha pasado de una educación distante y fría, donde los hijos incluso trataban de usted a los padres, donde imperaba el miedo, en muchos casos, a los progenitores y educadores porque la violencia física era habitual, a una situación inversa en la que son los hijos/as quienes tienen el dominio de esa situación y son ellos quienes generan miedo en los adultos.
Hace años se consideraban principios no cuestionables expresiones aberrantes como “la letra con sangre entra” o “quien bien te quiere te hará llorar”. El mal entendido respeto hacía que la educación, si es que puede llamarse así, consistía en que los adultos ordenaban y los niños obedecían sin rechistar, por mucho que esas órdenes no tuvieran mucho sentido. Si alguien se atrevía a preguntar por qué, se zanjaba el tema con un “porque lo digo yo”. “Respeta a tus mayores” era, la mayoría de las veces, sinónimo de sumisión. Se seguía un modelo militar y no se permitían conductas de libre pensamiento.
Posteriormente, la llegada de los años sesenta y setenta, con la libertad como abanderada, trajo consigo una situación de casi ausencia de normas para no “coartar” la espontaneidad de los niños, dando paso al “laisser faire”.
Sin embargo, de unos años a esta parte, el crecimiento económico y la insensibilización hacia cierto tipo de violencia que modelos, principalmente televisivos, nos producen por lo frecuente de sus agresiones verbales en muchos programas, han traído un nuevo problema social: el incremento de los casos de maltrato de los chicos/as hacia familiares y profesores.
Recientemente es noticia el aumento de denuncias que hacen las familias por las agresiones y amenazas que sufren por parte de los hijos y nietos. Si tenemos en cuenta que sólo un pequeño porcentaje de estos casos son denunciados, podemos suponer que no es absoluto insignificante el incremento de este tipo de violencia.
El llamado “síndrome del emperador”, categoría no oficial en ninguna de las clasificaciones diagnósticas que manejamos en Psicología, afecta a chicos y chicas de once a diecisiete años, fundamentalmente. Se caracteriza por tener un tipo de personalidad egocéntrica, hedonista, sin resistencia a la frustración ni a la demora en la gratificación, carente de empatía, muy pobre desarrollo emocional, escasa habilidad en la resolución de problemas,  bajísima capacidad de adaptación y con tendencia a la justificación de su conducta echándole la culpa a los demás pues suelen carecer del sentimiento de culpa en ellos mismos.
Necesitan imponer siempre su voluntad y salirse con la suya y no toleran un “no” a sus caprichos. Sus respuestas son violentas y amenazantes. Comienzan con gritos o insultos y después rompen o lanzan objetos, amenazan a los adultos y finalmente los agreden físicamente llegando, en los casos más extremos, al homicidio.
Entre  las posibles causas tenemos:
  • Educación excesivamente permisiva desde la infancia: ausencia de normas y límites, concesión de todos los caprichos, sobreprotección…
  • Discrepancia educativa entre los progenitores, es decir, uno de ellos muy estricto y el otro más permisivo, que consigue que el estricto pierda autoridad frente al niño.
  • Padres/madres con sentimientos de culpa, por ejemplo, por un divorcio, intentando asísobrecompensar a los hijos por lo que ellos consideran un daño que les han infringido.
  • Niños que han sufrido enfermedades importantes o recurrentes en la infancia, generando así un exceso de mimo, de atenciones y satisfacción de sus caprichos por parte de los adultos.
  • Causas biológicas como una dificultad en el desarrollo de la moralidad, de las emociones y la conciencia.
  • Causas sociales como la tendencia social a fomentar la satisfacción inmediata, el egocentrismo y el hedonismo y reducir la culpabilidad o la empatía.
  • Otras enfermedades o trastornos psiquiátricos asociados, como trastorno de personalidad límite, esquizofrenia…
Inicialmente, la violencia se manifiesta hacia las mujeres (madres, abuelas, hermanas, profesoras…) aunque en grados más avanzados se extiende a cualquier otro  miembro. Las familias tienden a esconder el problemapor vergüenza o, incluso, a fomentarlo, pues el miedo hace que cedan a los caprichos del chico o la chica para evitar sus explosiones de violencia.
En muchos casos, cuando intentan negarse a sus exigencias, se producen denuncias por parte de los chicos/as hacia los adultos, acusándolos de maltrato o agresiones que ellos mismos pueden llegar a hacerse. Otras veces, la policía interviene cuando la situación de violencia es tal que son terceras personas quienes lo denuncian.
Tristemente, la mayoría de los casos acaban con la reclusión de los chicos hasta su mayoría de edad, no resolviéndose el problema o, incluso, incrementándose el grado de violencia con el consumo de alcohol y otras drogas.

¿Qué recomendaciones pueden darse?

Para los progenitores:
  • Establecer límites en la conducta manteniendo claro qué se va a consentir y qué no, mostrándose firme en el cumplimiento de esos límites y  teniendo un único criterio educativo, una coherencia entre todos los adultos responsables de la educación.
  • Fomentar la gratificación de las conductas positivas mejor que el castigo, pero si se impone ese castigo, cumplirlo.
  • Explicar claramente cuáles son las normas o por qué se le dice que no a una petición, argumentando, pero sin entrar en debates eternos.
  • Negociar con los adolescentes, mejor que imponer,  suele ser la mejor estrategia, pero sin olvidar que los educadores son los padres.
  • El diálogo, hacer actividades juntos, interesarse por sus preocupaciones, sus actividades…son básicos en una relación y desarrollo emocional sano.
  • No olvidar que por mucho que se quiera a los hijos, la obligación de los educadores es prepararlos para la vida, para ser independientes y sanos, hacer que sean responsables y desarrollen todas sus capacidades y que darles todo no hará que sean más felices.
  • Acudir a los profesionales cuando se tengan dudas o cuando los problemas empiezan a no saberse manejar.
Para los profesionales:
  • Desarrollar la conciencia y las emociones sociales y morales con un programa de habilidades sociales donde se fomente la empatía, técnicas de solución de problemas y el altruismo
  • Establecer límites, poner normas firmes que partan de tolerancia cero ante la violencia, de cualquier tipo, y el engaño.
  • Trabajar su autoestima, ayudándoles en el desarrollo de sus habilidades cognitivas a fin de que ellos mismos conozcan otros puntos fuertes en sí mismos para la obtención de gratificaciones.

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